
El perfil que los cables dibujan de Rania (Kuwait, 1970) es muy alejado de la imagen que proyecta desde el papel cuché. La mujer estilosa que brilla en las galas benéficas se revela mucho más que una cara bonita o una figura impecablemente vestida. Tiene opiniones y las defiende, algo inusual no solo en la patriarcal Jordania (de hecho, en todo Oriente Próximo), sino incluso en Occidente, donde las (y los) consortes de los monarcas deben mostrarse más discretos si cabe que estos. Además, es una mujer influyente. Cuando la embajada analiza los nombramientos de ministros, se menciona la proximidad a Rania de algunas ministras como uno de los elementos que ha influido en su elección.
Tal actitud no está exenta de riesgos. A principios de esta década, su respaldo a los cambios en el estatuto personal (para elevar la edad de matrimonio y permitir el divorcio a iniciativa de la mujer), así como a la ley para que las jordanas pudieran transmitir la nacionalidad a sus hijos, irritaron a los sectores conservadores y a los islamistas, que de hecho los bloquearon. Los cables se hacen eco de ello ante nuevos intentos por avanzar en ese terreno.
Tal actitud no está exenta de riesgos. A principios de esta década, su respaldo a los cambios en el estatuto personal (para elevar la edad de matrimonio y permitir el divorcio a iniciativa de la mujer), así como a la ley para que las jordanas pudieran transmitir la nacionalidad a sus hijos, irritaron a los sectores conservadores y a los islamistas, que de hecho los bloquearon. Los cables se hacen eco de ello ante nuevos intentos por avanzar en ese terreno.
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